Sabemos que somos muchas las que vivimos en este caos de maternar y compatibilizar la vida: la profesión, las relaciones, el autocuidado, la pareja, la casa, las amistades, los sueños... y podríamos seguir con un listado infinito de cosas pendientes. Todo parece incompleto: lo que empezamos a medias, lo que dejamos para después, lo que aún no terminamos.
La vida no nos alcanza. Nos faltan horas en el día, y parece que vivimos en una jornada laboral eterna, marcando tareas en listas interminables, anotando más pendientes o nuevas metas. Finalmente, cuando te acuestas y revisas tus redes para "descansar", en lugar de relajarte, te enfrentas a un exceso de información:
Crianza respetuosa (y la lista de cosas que aún no logras aplicar).
Conversaciones pendientes, que juraste tener pero la vida se interponió.
Llantos que no contuviste con la suficiente paciencia (y sientes culpa por eso).
Enseñanzas que quisiste aplicar, pero no lograste (porque a veces una solo quiere sobrevivir al día).
Todo queda guardado en tu celular, con la esperanza de incluirlo en otra lista de pendientes mañana.
No solo estamos cansadas. Ese bombardeo constante del "deber ser" nos hace sentir culpables, una palabra dolorosa e injusta para mujeres que intentamos hacerlo lo mejor posible.
Se habla mucho en redes sociales, libros y pódcasts de lo injusta que es la sociedad con la maternidad, del cansancio, la frustración y la ansiedad. Y sí, nos sentimos reflejadas en esas luchas. Pero después del desahogo, la realidad sigue igual. Las lágrimas hay que secarlas, el agotamiento hay que sobrellevarlo y la crianza no se pausa porque estemos exhaustas.
Estamos de acuerdo con la crianza respetuosa: validar las emociones de los niños, acompañarlos con paciencia y amor, permitir que crezcan con seguridad emocional. Todo eso tiene sentido.
Pero aquí va una verdad que a veces se pasa por alto: Aceptar este enfoque de crianza no elimina el agotamiento que sentimos como madres o cuidadoras.
Por ejemplo, en el tema del sueño infantil, se nos dice que son etapas, que debemos acompañar y contener. Genial. Pero eso no borra el hecho de que detrás de ese niño bien contenido hay una madre o un padre con los ojos rojos, sobreviviendo a punta de café.
Queremos acompañar ese espacio intermedio. Ese lugar entre la teoría y la realidad, entre lo que sabemos que "debería ser" y lo que logramos hacer entre correr tras un niño y otro.
Al investigar, nos dimos cuenta de que ese espacio aún no tiene nombre. Parece invisible, como tantas otras cosas que hacemos las madres. Pero si es aquí donde pasamos gran parte de nuestras vidas, ¿cómo es que nadie le ha puesto nombre?
Decidimos nombrarlo Atrio: Un espacio entre las vidas y necesidades de nuestros niños y las nuestras. Un lugar donde podemos criar con respeto sin desaparecer nosotras en el proceso.
Queremos que los momentos compartidos con nuestros hijos no sean solo espacios de crianza respetuosa hacia ellos, sino también de respeto hacia nosotras mismas. Que podamos encontrar placer y alegría en el caos, reírnos de lo absurdo, disfrutar lo cotidiano sin sentirnos insuficientes. Que podamos ser madres que no solo acompañan a sus hijos a crecer felices, sino que también aprenden a gozar su propio crecimiento.
Así que te invitamos a cohabitar con nosotras el Atrio. A enseñar, pero también a aprender. A cuidar y a cuidarte.
Atrio: habitar lo compartido.
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